martes, 27 de septiembre de 2022

Parábola india del Sol y la Luna

 



La Parábola India del Sol y la Luna.
Para los indios de Norteamérica y Sudamérica el Sol y la Luna también eran los cuerpos celestes que determinaban su vida, los actores principales de sus mitos. De los pies negros canadienses, por ejemplo, se ha conservado la siguiente historia: en el verano, cuando el pueblo de los pies negros acampaba cerca de las montañas, una muchacha, a la que llamaban “mujer pluma”, estaba durmiendo en la hierba y se despertó cuando salía la estrella matutina. La muchacha quedó tan impresionada por su brillante belleza que se imaginó que era su amado.
Algunas lunas más tarde, cuando las hojas se pusieron amarillas y los gansos emprendieron su vuelo hacia el sur, la mujer pluma fue a coger agua al río y se encontró con un joven. “Soy la estrella matutina” le dijo para presentarse, “una mañana te vi dormir en la hierba y me enamoré de ti. Ahora he venido hasta aquí para llevarte a la cabaña de mi padre, el Sol. Allí quisiera vivir contigo”.
La estrella matutina era alta y delgada, tenía un cabello largo y brillante, llevaba un bonito traje de suave piel de ciervo y olía a piña y hierba fresca.
La mujer pluma se enamoró en ese mismo instante y no deseaba más que irse con él, no sin antes haberse despedido de su padre y de su madre.
Sin embargo, la estrella matutina se lo prohibió: “No te permito que le digas a nadie a dónde vas”. Después le dio una rama de enebro de cuyo extremo colgaba una tela de araña y le dijo: “Toca el hilo más alto de la tela de araña con tu mano y pon tu pie sobre el hilo más bajo. A continuación cierra los ojos”. Cuando él le pidió que abriera de nuevo los ojos, se encontraban ante una gran tienda. “Esta es la casa de mis padres, el Sol y la Luna”, le dijo la estrella matutina, “entra y deja que mi madre te dé la bienvenida”.
El padre Sol había emprendido su largo viaje, pero la madre Luna estaba en casa y dio la bienvenida a la mujer pluma como si fuera su hija. La vistió con suaves pieles de ciervo, le dio joyas y pulseras hechas con dientes de alce y un manto de piel de alce que estaba pintado con los colores sagrados.
Y la mujer pluma y la estrella matutina vivieron felices en el cielo, la mujer Luna le dio a su nuera una pala hecha de raíces y le dijo: “Esta herramienta solo debe ser utilizada por una mujer que es pura. Con ella podrás desenterrar toda clase de raíces”.
Posteriormente, la mujer pluma desentierra la raíz prohibida que le permite mirar a su pueblo que está en La Tierra, se llena de nostalgia y es expulsada del cielo junto con su hijo, el joven de las estrellas. El joven de las estrellas vuelve más tarde a la casa de su padre y sus abuelos y es nombrado por el abuelo Sol, su embajador en la Tierra. De vuelta a la Tierra, el joven inicia a su pueblo en los secretos de la danza del Sol, que ha de ser representada una vez al año en honor del abuelo Sol para que este sane a los enfermos.
En este contexto, este mito es digno de atención, sobre todo porque en él, el Sol y la Luna están representados como una pareja de hombre y mujer y a la Luna le corresponde sin ninguna duda la custodia de las mujeres y la agricultura.
Según la concepción de los iroqueses, un pueblo indio de Norteamérica, en la Luna está sentada una tejedora que teje los hilos del destino. En otros pueblos de otras partes del mundo, el telar, el huso y el ovillo también son atributos de la diosa de la Luna. Incluso en la Eda Media se pueden encontrar aún imágenes en las que la Virgen María, la diosa lunar cristiana, que da a luz a Cristo, El Sol, es representada con el ovillo y el huso. La Luna también se representa a menudo como una rana que desaparece bajo la superficie del agua y luego reaparece, o como una araña que teje artísticamente los hilos del destino de los hombres y hace con ellos una red.

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